Reflexión domingo XVII del tiempo ordinario

Quiero en esta ocasión manifestarles mi saludo, deseándoles de parte de Nuestro Señor Jesucristo, toda clase de bienes espirituales y de bendiciones para sus vidas.

Seguimos escuchando, por medio del evangelio de Mateo, a Jesús Maestro de la Verdad, que con sencillos ejemplos de la vida cotidiana y de los oficios de su tiempo nos ofrece El Reino de Dios, que como dice Pablo, “no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm.14, 17).Es el mensaje que la Liturgia de este domingo del tiempo ordinario nos quiere transmitir.

Hoy nuevamente, hay, digamos, tres mini narraciones: la del tesoro escondido, la perla de gran valor y la red llena de peces, que nos invitan a buscar lo que realmente es importante en nuestra vida, a darle el máximo interés a lo que se constituye en el centro de nuestro existir. Porque los hombres y las mujeres de hoy hemos puesto nuestro interés o intereses en otras cosas que no nos llenan o no copan nuestra existencia y nos dejan vacios y llenos de temores. Hemos buscado la felicidad en las drogas, pensemos en los movimientos hippies de los años 60´s y 70´s, en el alcohol, en el consumo desaforado, en mil actividades y cosas que no nos han dado resultado ni mucho menos nos aportado la verdad y la felicidad.

Tenemos que dejar que la Palabra se haga vida en nuestras vidas y se convierta en suceso y proceso, en sentido último de nuestras existencias. Por ello, fijémonos en las parábolas de Jesús, observaremos también que en ellas el reinado de Dios se compara siempre a un suceso, y nunca a una cosa. Lo que le sucede al mercader, al labrador y los pescadores, es algo que los pone en una dinámica nueva frente a la vida, han descubierto lo novedoso de ser mujeres y hombres nuevos tocados por el Espíritu. Entrar en la dinámica del Reino de Dios, no es adquirir un estado, no es tener en propiedad algo, o asumir una posición más importante, sino más bien es empezar a vivir una vida nueva… ellos van y venden lo que tienen para adquirir el campo y la perla; lo dejan todo con tal de vivir la nueva vida a la que los invita El Padre.

¿Y cuál es el tesoro y la perla? Dice Jesús: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”(Mt.6,21). Dios es nuestro tesoro en Jesús de Nazaret, solo que a veces no sabemos dónde está. Lo buscamos con inquietud, como dice san Agustín en sus Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. Y por eso nos debemos preguntar tú y yo:¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Las inquietudes de nuestro ser cuáles son? Nos afanamos por muchas cosas en la vida, buscamos la plenitud en tantas liviandades y vanidades y no logramos llegar a la verdad, ni al sentido de nuestras existencias, nos aferramos al dinero, al poder, a la fama, a la droga, y al final solo vacio.

Si, nuestro tesoro es Dios, escondido en nuestro mundo, cubierto por la carne crucificada de Jesús de Nazaret, perdido entre los pobres, identificado con ellos, está el tesoro del hombre. Es ahí donde Dios se ofrece a los que le buscan. Dios mismo se ha hecho el encontradizo en el hombre y para el hombre, aquí en medio de nosotros, Jesucristo es el «lugar de Dios» y el hombre -el otro, el pobre, el hermano- es el «lugar» de encuentro con Jesucristo. El tesoro del hombre, lo que da sentido a su vida, ya no es para los creyentes lo que no existe en ninguna parte, ya no es una utopía. (Claretianos).

Pidamos, como Salomón en la primera lectura, al Señor, que nos dé “un corazón dócil para discernir el mal del bien”, y seguro que Él nos dará “un corazón sabio e inteligente” para encontrar el tesoro y la perla y construir su reino de amor y verdad. Solo así, como nos dice Pablo en la segunda lectura de hoy, “sabremos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”, y haremos el bien en la alegría de la entrega y del servicio, en la certeza del tesoro que tenemos dentro que es el mismo Dios.

Con mi oración por todos vosotros y encomendándoos a nuestra Madre María, me despido, fraternalmente:

P. Nacho